La casa ha sufrido numerosas
transformaciones a lo largo de la historia. Como nosotros. El progreso,
entendido como avance y perfeccionamiento, habilitó la introducción del agua
potable o la luz eléctrica en nuestros hogares, que han incorporado sin complejos
nuevos espacios de uso para cabinas de hidromasaje, lavadoras, saunas o
lavavajillas. El espacio para las máquinas auspiciado por Charles Moore, el
espacio coagulado de la economía vertical e híper-acumulativa, ya no es hoy
suficiente y pronto podría ser incluso innecesario (1).
La sociedad de las nuevas tecnologías, la
ciudadanía on demand, ya no “reside” en el sentido más estricto y
sedentario del término (2). Habitar significa hoy comunicar, producir,
consumir, intercambiar o compartir. Nadie nos ha preparado para una transformación
cultural de este calibre y sin embargo, los instrumentos propios de la economía
colaborativa se han instalado con relativa facilidad, como si se atendiera una
demanda necesaria largamente adormecida o silenciada. La casa, de nuevo, se
sitúa en el centro de la regeneración económica, urbana y cultural: una
transformación efervescente y planetaria que sin duda ha de venir acompañada de
una profunda revisión de los actuales modelos espaciales, residenciales y urbanos.
La casa familiar ha comenzado a
transformarse en un espacio abierto y geo-localizado de orden global (Airbnb), cediendo parte de su naturaleza
reservada y tribal a una realidad múltiple y diversa surgida desde una nueva
sensibilidad económica, ecológica y social; la casa es ahora urna digital (Wallapop), escaparate de infinidad objetos
cada vez más efímeros y accesorios; un lugar para las
relaciones fugaces (Tinder); un
dispositivo para la producción de energía (Som); una fábrica de recursos propios mediante el uso de infatigables impresoras 3D;
una ventana desde la que comprar fruta y cereales (Ulabox); o un restaurante pop-up abierto hasta el amanecer en
nuestra propia cocina (Eatwith).
¿Responde el espacio doméstico a estos nuevos modelos de comportamiento? Tal
vez los patrones excluyentes y
polarizados público – privado evolucionen
hacia una red inter-conectada de servicios compartidos. ¿Qué consecuencias
positivas (y negativas) presentan estas nuevas dinámicas en el paisaje urbano? Conviene
reflexionar sobre el hecho de habitar en la era de la economía colaborativa.
Notas
(1) Moore, Charles, La casa: forma y diseño, Barcelona,
Gustavo Gili, 1976.
(2) Residir: Estar establecido en
un lugar.
Imagen: Livehoods.
Aplicación que establece el carácter de barrios y distritos en función de los
tuits y reservas online de sus habitantes. La iniciativa, que parte de los
datos geo-localizados de otras aplicaciones móviles, forma parte de un proyecto
de investigación de la Carnegie Mellon
University. Frente a la tradicional definición física y espacial del barrio
–frente a las ventajas ofrecidas por el asesor
inmobiliario- Livehoods ofrece flujos
de información actualizada y cambiante, datos producidos directamente
por los residentes y sus intereses, variables afectadas por la creciente
movilidad y la propia oferta en servicios del barrio.
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